En esta trilogía azoriniana - Prólogo, La arañita en el espejo, El segador y Dr. Death, de 3 a 5-una acertada iluminación (Juan Antonio Borrell) despliega y arropa los acontecimientos desde su comienzo, con la luz de un moribundo atardecer, en cascada de tonos crepusculares amarillos, bermejos y violáceos, hasta su final, el oscuro cierre en fundido infinito de lo invisible. Dicha escala de cromatismos advierte del ímpetu de la muerte en un intento de diálogo abierto con los personajes, pero no correspondido por ellos, debido a su enajenación. Y permite al espectador avistar o vislumbrar la inmediatez de la llegada de lo invisible para todos: la luz nos envuelve en nuestra propia muerte venidera como si fuésemos un elemento más de la serie formada por los protagonistas. En esa línea y, a modo de loa clásica, el PRESENTADOR (Luis Alonso) invita al espectador a participar en las reflexiones que propone la tragedia así como en las consecuencias inmediatas de lo representado en escena. Prólogo El existencialismo inunda a rebosar esta breve introducción dramática. Su textura nos enmarca también la obra de otros escritores contemporáneos a Azorín, como Unamuno o Pirandello. En Lo invisible, una SEÑORA (Olga Rubio), dama aristocrática, velada, como las gasas que cruzan tortuosamente la escena, cuestiona, con altivez de gestos y cadencias sarcásticas, el verdadero protagonismo en una representación teatral: si los actores o ella. O provoca la inestabilidad emocional y vital del AUTOR, quien descubre en la dama el fin próximo a su existencia, que llegará a escenificar él mismo. O arranca desmedido extrañamiento en el TRANSPUNTE (Ricardo Pérez) La arañita en el espejo En esta primera historia se conjugan a la perfección los sistemas sígnicos no verbales para reproducir a veces, evocar otras, las distintas miradas de la sociedad de principios de siglo XX. La quinesia de Don Pablo (Javier Blasco) que tiende al estatismo, se complementa en relaciones de tensión con los movimientos que evitan el acercamiento corporal de la criada Lucía (Yolanda de Pro) o marca el respeto generacional entre el mismo Don Pablo y su hija (Maribel Rollón) El vestuario define con toda fidelidad los tipos: charol, vestidos a media pierna, uniforme negro y blanco, terno, zapatos de pulsera. Los silencios precipitan el ritmo de llegada de lo invisible, combinados con el gesto, como el de la mirada subordinada de Lucía, sumida en el dolor de la infelicidad de su señorita, en una exitosa interpretación trágica de Yolanda de Pro. O contrastan dramáticamente: La ausencia de voz y llanto reprimidos por Don Pablo ante la noticia de la muerte de su yerno se contrapone al gemido y grito de Leonor quien, aquejada de una enfermedad incurable, ignora el fallecimiento de su marido. El segador Nos parece distinguir una España noventayochista, fantasmagórica, sombría y hosca en el simbólico erial que miente la ventana de la casa de María (Sonia Jiménez), joven madre viuda que se debate encarnizadamente, y en lenta agonía, contra terribles leyendas populares como la del segador, que arranca la vida de los niños. El rostro de María, inclinado sobre el hijo, refleja el orvallo interior de sus propias penas que se van acrecentando a lo largo de la escena hasta desembocar en un llanto con sabor a muerte. Teresa (Sara Gijón) y Pedro (Juan Antonio Borrell), campesinos castizos casi al gusto de una pintura de Zuloaga, construyen con sus tics, crudos silencios, dobles intenciones, frustraciones, con lengua viperina Teresa; con envidia Pedro...un verdadero monumento al mal acrecentando los rumores del segador asesino. Sin embargo, en esta ocasión, ni éste ni la Dama reclamarán la vida del niño. Quizá porque ya vivía instalado en la muerte a través del luto materno, de la aridez de la tierra, del abandono y aislamiento de la casa; de la soledad que configuraba ya el marco de su existencia en el mundo. Pero también porque Azorín, minucioso analista del tiempo, quiso ubicar a este personaje de tan breve edad en el eterno retorno de Don Pablo, con quien se identificará posteriormente en la obra. En Dr. Death, de 3 a 5, se marcan varios itinerarios. El del VIEJO (Luis Alonso), que regresa momentáneamente de la eternidad; el del AYUDANTE DEL DOCTOR (Ricardo Pérez), que vigila el paso a lo invisible y la HERMANA (Sara Gijón), que conduce hacia éste a todas las personas. La ENFERMA (Berta Carbonell), atraviesa el tránsito de la vida a la muerte, desde la orilla de su enfermiza imaginación hasta lo invisible eterno. Desde lo que ella cree ser la sala de consulta médica del Dr. Death, la muerte hecha escritura cuyo rótulo nadie lee del lado de lo invisible, hasta lo oscuro. Durante ese camino hacia la nada. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario